En su columna quincenal en Informativo Carve de Cierre, Sabrina Sauksteliskis habló sobre la innovación en modelos de negocio. La excusa fue la noticia de la salida de la empresa tecnológica UKG de Uruguay, que volvió a poner sobre la mesa la necesidad de reinventar la forma en las que se hacen las cosas, no solo lo que se hace.
En particular, compartió la experiencia de tres empresas. Una es un restaurante que dona sus utilidades, un proyecto cultural donde la comunidad decide todo, y una pastelería que se rehúsa a seguir modas para sostener su identidad.
En la esquina suroeste de la Plaza Cagancha funciona Franca, una cafetería y restaurante con un cartel que ya adelanta su diferencial: non-profit. Su fundadora, Sol Preusse, vio de cerca el volumen de dinero que mueve el rubro gastronómico y se preguntó por qué, si la gente igual gasta, no canalizar parte de esa ganancia en causas que necesitan apoyo.
Franca opera como cualquier empresa (paga sueldos, insumos, alquiler, impuestos), pero con la diferencia que dona todo el remanente.
Las causas se eligen por votación interna, en un esquema de gobernanza compartida entre todo el equipo.
Minimizar desperdicios se vuelve crítico, porque menos desperdicio significa más recursos para donar. Buen clima laboral, oportunidades de formación y prácticas responsables son parte central del modelo.
“De nada sirve donar si explotás a tu equipo o gastás plástico de forma irresponsable”, resume la cabeza al frente de Franca, quien intenta demonstrar que impacto social, sostenibilidad y negocio pueden convivir.
El segundo caso del que habló viene desde Argentina y tiene como protagonista al escritor Hernán Casciari, quien creó Orsai, que él define como “un modelo de proyectos”, más que un modelo de negocios.
Allí no existen dueños que capturen ganancias ni inversores que condicionen decisiones. Lo que existe es una comunidad organizada alrededor de la creación cultural. La historia nace en 2006, cuando Casciari vivía en Barcelona y tenía un blog muy seguido. Ante el Mundial de Alemania, preguntó cuántos argentinos vivían allí para ver los partidos juntos, y aparecieron 600. Ese fue el “momento cero”, la confirmación de que había una comunidad real con la cual construir.
Desde entonces, Orsai funciona así, es decir, miles de personas financian proyectos culturales. No solo ponen dinero, sino que participan, opinan, corrigen, eligen el casting, votan guiones y acompañan cada proceso.
Un ejemplo conocido es la película La Uruguaya, realizada íntegramente por la comunidad Orsai, con 1.920 coproductores que eligieron el elenco. Un esquema inédito para la industria audiovisual.
“El objetivo no es que alguien haga negocio individual. El objetivo es que el proceso sea divertido, genuino y colaborativo”, contó Casciari. La rentabilidad puede llegar, pero no es la razón de ser.
El tercer caso es Santé, una pastelería y cafetería liderada por Irene Delponte, quien decidió que su identidad sería su principal innovación. Buscan ser únicos e irrepetibles, incluso si eso significa procesos más caros, más difíciles o más lentos.
En un mercado gastronómico atravesado por modas virales, Santé va en la dirección opuesta. No usan colorantes artificiales ni saborizantes, no replican pastelería francesa ni americana, y construyen sabores desde lo local y natural.
“Innovar no es solo incorporar tecnología. En Uruguay, si no innovás, morís”, señaló la creadora de Santé. Su forma de innovar es sostener una esencia propia, aun cuando no sea lo más fácil ni lo más rápido.
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