Ricardo Faccio, profesor de Física en la Facultad de Química de la UdelaR, investigador del Departamento de Experimentación y Teoría de la Estructura de la Materia y sus Aplicaciones de Facultad de Química, advirtió en Informativo Carve del Mediodía sobre el avance silencioso de los microplásticos en el ambiente y en el cuerpo humano. Aunque los estudios recién comienzan, la evidencia de acumulación en órganos vitales plantea preguntas urgentes sobre salud pública, regulación y el rol de la ciencia.
La contaminación por plástico es uno de los problemas ambientales globales más críticos de estos tiempos. Naciones Unidas ha pedido medidas urgentes por los posibles impactos sobre la salud humana. Entre las formas más invisibles y preocupantes de esta contaminación se encuentran los microplásticos y nanoplásticos, partículas que ya se detectan en órganos humanos y en numerosos alimentos y fuentes de agua.
“Un microplástico es una partícula plástica que tiene un tamaño entre una micra y cinco milímetros. Si es menor a una micra, se considera nanoplástico”, explicó Faccio. Existen microplásticos primarios, diseñados para ser pequeños (por ejemplo, los que se agregaban a pastas dentales o cosméticos exfoliantes), y secundarios, que resultan del deterioro de productos plásticos más grandes. Aunque los microplásticos primarios han sido prohibidos en algunos países, como Estados Unidos desde 2015, su uso persiste en otros, y la regulación sigue siendo desigual.
Faccio subrayó que, si bien no hay una confirmación definitiva de los efectos sobre la salud humana, la Organización Mundial de la Salud considera a los microplásticos como contaminantes emergentes. “Estamos viendo cada vez más estudios que correlacionan enfermedades con la presencia de microplásticos. Quizás algunas patologías sin causa clara puedan estar vinculadas a esta acumulación”, resaltó.
Un reciente estudio publicado en Nature generó impacto ya qye encontró microplásticos en el cerebro humano, además de hígado y riñones. Incluso halló mayor concentración en personas con Alzheimer, lo que plantea preguntas sobre si estas enfermedades reducen la capacidad del cuerpo para eliminar toxinas.
“Se encontraron entre 5 y 7 gramos de microplásticos en cerebros humanos. Y en apenas diez años, se duplicó la acumulación”, resaltó el especialista.
Los microplásticos están prácticamente en todas partes. En el aire que respiramos, en los alimentos que comemos, en los ríos y océanos, e incluso en el agua potable. Y no siempre en donde uno imaginaría.
“El agua embotellada tiene mil veces más microplásticos que el agua de grifo. No solo por el envase plástico, sino por el proceso de llenado de la botella”, explica Faccio, citando estudios internacionales replicados en varios países.
En Uruguay, equipos de investigación del Centro Universitario Regional Este (CURE), Facultad de Química y Veterinaria han detectado microplásticos en ríos, arroyos y sedimentos. Una línea de trabajo en curso busca identificar nanoplásticos en el músculo de peces, que sí es consumido por humanos, a diferencia del sistema digestivo donde se acumulan mayormente estas partículas.
También hay microplásticos en la ropa. “El lavado automático de textiles sintéticos libera fibras que terminan en los cursos de agua”, advierte Faccio. En estudios realizados en el Río de la Plata, se detectó una importante presencia de fibras de poliéster y otros plásticos comunes como el polipropileno y el poliestireno.
En Uruguay, la investigación sobre microplásticos aún es incipiente. Según Faccio, hace falta más enfoque específico, más masa crítica de investigadores y más coordinación. “Ahora la pregunta no es solo dónde están, sino qué podemos hacer para minimizar el impacto. Hasta que no tomemos conciencia real de las consecuencias de no regular, de no controlar, de no medir, quizás luego pueda ser bastante tarde”, señaló.
Aunque no puede adelantar detalles, Faccio confirmó que hay investigaciones en curso en el ámbito de la Facultad de Medicina para analizar los efectos potenciales de los microplásticos sobre órganos humanos. Ya se han encontrado en ovarios, semen, riñones, entre otros. El gran desafío ahora es establecer una relación clara, seria y estadísticamente sólida entre esa presencia y posibles enfermedades.
“El microplástico está haciendo ruido. Ese ruido está encendiendo las alarmas. No hay que generar pánico, pero sí trasladar la preocupación”, enfatizó.
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